viernes, 24 de septiembre de 2010

Hablemos de flamenco (II)


El llamado cante flamenco lleva en su entraña un aliento racial hispánico que hace vibrar el ánimo y nos obliga al esfuerzo de su conocimiento. Es cierto que por diversos avatares el cante se halla en trances de la más ruda desvirtuación.  En este último medio siglo de su historia se han aportado nuevos  modos, se han superpuesto, en muchos casos, sin hendidura histórica, a la solera del cante flamenco de la gran época.
Es necesario salvar esa incomparable riqueza del arte nacional. Urge que desde España o desde fuera, con conocimiento, se rescate el verdadero cante flamenco y los demás estilos caminen sin confundirse con el camino de quienes lo hicieron desde el sentimiento y de lo hondo del dolor, la alegría, la pena y el olvido. 
A la sombra de los maestros como PEPE EL DE LA MATRONA, BERNARDO EL DE LOS LOBITOS, RAFAEL ROMERO, ROQUE MONTOYA, FOSFORITO, JOSÉ MERCE, PACO DE LUCÍA, ETC. resucitamos el buen estilo de sus antepasados, y decimos que hace ya tiempo que el cante y el baile andaluz se han adentrado en el gusto de Europa, América y Asia. 
Poco a poco, gracias a las tournes de algunos de los más puros intérpretes y a través de las más o menos felices compañías de ballet español, el flamenco ha ido ganando por el mundo consideración estética de auténtico arte.
ANTECEDENTES MUSICALES
En un rápido ejercicio de imaginación podríamos trasladarnos hasta la España árabe, pues las modulaciones y melismas que definen al género flamenco pueden provenir de los cantos monocordes islámicos.
Hay también quien atribuye la creación de esta música a los gitanos, un pueblo procedente de la India -hasta hace relativamente poco se creía que eran egipcios- y desperdigado, por su condición de errante, por toda Europa. En España entraron a principios del siglo XV, buscando climas más cálidos que los que hasta entonces habían encontrado en el continente. Tampoco se pueden olvidar los diferentes legados musicales que dejaron los deudos andaluces en el sur de España, donde habían tenido vigencia las melodías salmódiales y el sistema musical judío, los modos jónico y frigio inspirados en el canto bizantino, los antiguos sistemas musicales hindúes, los cantos musulmanes y las canciones populares mozárabes, de donde probablemente proceden las jarchas y las zambras. 
Sin entrar en juicios de valor sobre qué teoría tiene más fuerza -existen otras pero con menos aceptación-, lo que sí se puede asegurar es que el flamenco nace del propio pueblo, tiene una evidente raíz folclórica, más al pasar por el tamiz de las gargantas de creadores puntuales se ha convertido en un arte indiscutible.
Según las ideas más difundidas, en los principios no había baile ni guitarra, sólo cante, de forma que se ha llegado a pensar que el primer palo de la historia fue la toná, y que ésta se asentó en el triángulo formado por Triana, Jerez y Cádiz.
Sin embargo, tras una lectura profunda de la obra "La Gitanilla", de Cervantes, se puede observar que, a menos que el célebre escritor hubiera contado una historia fruto de su imaginación, que no es de extrañar, la primera disciplina flamenca fue el baile, como lo ratifica el personaje de Preciosa, una joven bailaora que se ganaba la vida haciendo danzas de corte andaluz a la que se subyugaban tanto el acompañamiento musical como el vocal, ambos enlazados para realizar los llamados corridos gitanos. A comienzos de esta Novela Ejemplar cervantina se puede leer: "Salió la tal Preciosa la más única bailadora que se hallaba en todo el gitanismo, y la más hermosa y discreta que pudiera hallarse, no entre los gitanos, sino entre cuantas hermosas y discretas pudiera pregonar la fama". La obra, escrita a principios del siglo XVII, crea el primer precedente no oral en el estudio de los orígenes flamencos. Pero no se pueden lanzar las campanas al vuelo: el carácter novelesco de la historia le resta realismo, por lo que el dato no puede ser considerado en modo alguno como empírico. Sin embargo, hacia 1740 hay que señalar la existencia de un libreto manuscrito por un tal "Bachiller Revoltoso" que nos cuenta una crónica en la que señala cómo la nieta de Baltasar Montes (el gitano más viejo de Triana) iba a bailar con instrumentos de cuerda y percusión a las casas de los nobles de Sevilla. El mismo autor da cuenta de la crueldad con que las tropas de Castilla tratan a la población de Triana con motivo de "La Prisión General de los Gitanos", dictada en 1749.
No obstante, la misma diatriba que con "La Gitanilla" surge con la lectura de las "Cartas marruecas" de José Cadalso, en 1789, una serie de epístolas que un hombre llamado Gazel Ben-Aly envía a su amigo Ben-Beley. En esta obra el escritor describe una juerga gitana en un cortijo liderada por el "Tío Gregorio", dato que, tras los anteriores, confirma definitivamente la existencia de una música peculiar y diferenciadora en Andalucía. Hacia 1820 esto se confirma con la aparición en un periódico de Cádiz de la noticia de que en el Teatro del Balón,  Antonio Monge hará los cuatro polos (el de Ronda, el de Tobalo, el de Jerez y el de Cádiz) y en 1885 la señorita Sejuela, en el salón Barrera de Sevilla, bailará por soleá. Finalmente, el "Baile en Triana" que describe Serafín Estébanez Calderón en sus "Escenas Andaluzas" (1838), en el que se encuentran los célebres cantaores El Planeta y su alumno El Fillo, cierra el círculo en torno a las conjeturas sobre el origen del flamenco. A partir de este momento ya hay una conclusión clara: el género tiene más de dos siglos de vida, algo que se confirma cuando Demófilo funda la flamencología publicando en 1882 su "Colección de Cantes Flamencos".




La Chiri. 
Imagen de la exposición "La plasticidad del flameno"


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